Ecos del camino 20 - El paso por Roma: Lo histórico, lo turístico y lo contemplativo

En mi paso por Roma, fue importante descubrir tres lugares de encuentro y que reunían en sí lo aparentemente imposible: lo histórico, lo turístico y lo contemplativo: la Basílica de Santa María en Trastévere, la Basílica de San Pablo Extramuros y la Abadía de San Anselmo.

Martes 15 de agosto de 2017 | P. Juan Pablo Rovegno

“Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch 1, 14)

En esta crónica quisiera compartirles el paso por Roma, que literalmente fue eso: un paso, ya que estuve dos días en la casa y parroquia de mis hermanos de comunidad argentinos. Tuve el privilegio de haber estado hace algunos años con tiempo y con audiencia papal incluida, así que esta vez era un paso entre Asís y San Giovanni Rotondo, un paso en el que Dios me enriqueció a través de vivencias inesperadas.

En Roma uno experimenta sensaciones contrapuestas: por un lado está la belleza de la ciudad eterna con sus iglesias, monumentos, parques, ruinas, arte y el alma italiana tan fresca y vital, pero por otro lado, el caos vial, el desorden, las aglomeraciones, los carteristas, el ruido y las prisas. Por un lado está la grandeza de una historia unida a un gran imperio y la vastedad cultural que abarcó, junto a la centralidad de la experiencia cristiana reflejada en sus mártires, en sus cimientos petrinos y paulinos, en la Santa Sede, la presencia papal a lo largo de la historia y los cientos de comunidades consagradas residentes; pero por otro lado, está esa monumentalidad que impide el encuentro sencillo, fraterno y directo con aquello que significan esos monumentos y templos, esa organización y estructura. Son dimensiones colosales que apabullan más que acercan.

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Debo reconocer que fue imposible rezar en San Pedro, era tal la cantidad de gente, filas, controles, que sólo pude contemplar a la distancia la Pietá con la secreta esperanza de que mi mirada y la de la Mater se hayan encontrado y no se quedaran atrapadas en el flash de una cámara, como emoticón en un celular o en la espalda de un desorientado turista. Incluso la capilla del Santísimo era un ir y venir, de entrar y salir, sólo el hecho de que Jesús recibiera el saludo y la adoración en tantos idiomas diferentes, hacía llevadera la renuncia a la búsqueda de algo de silencio e intimidad con Él. Me dediqué a fotografiar, ya que no era posible rezar, así que valoré el contemplar a través de la imagen aquello que se hacía difícil o imposible en directo.

En ese sentido, fue importante descubrir tres lugares de encuentro y que reunían en sí lo aparentemente imposible: lo histórico, lo turístico y lo contemplativo: la Basílica de Santa María en Trastévere, la Basílica de San Pablo Extramuros y la Abadía de San Anselmo.

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El Trastévere es un barrio histórico ubicado al sur del Vaticano y en la ribera oeste del río Tíber. Se caracteriza por sus callejuelas con construcciones medievales, la mayoría de ellas transformadas hoy en tiendas, restoranes y bares. Es turístico y es histórico, pero también en su corazón está la Basílica de Santa María en Trastévere, una construcción maravillosa frente a una plaza muy bohemia. Esta iglesia fundada en el siglo III es un despliegue luminoso de mosaicos que nos permiten, en dimensiones más cercanas, contemplar la historia y el arte religiosos con toda su belleza y armonía.Nos permiten rezar y encontrarnos.

Esta iglesia es el centro de las comunidades de San Egidio, una “asociación pública de laicos en la iglesia”. Una comunidad  fundada en 1968, después del Concilio vaticano II, presentes en más de 70 países y con más de 50 mil laicos, comprometidos en la comunicación del Evangelio y la caridad con los más necesitados. En este tiempo desarrollan una labor admirable de acogida, acompañamiento e inserción de los refugiados e inmigrantes.

Dentro de sus pilares está la vida de oración en comunidad, tan necesaria para dar sentido al día a día, para escudriñar con esperanza las voces del tiempo y descubrir tras cada acontecimiento la presencia del Dios de la vida y del encuentro. En ese sentido para el  ritmo diario (al ser comunidades laicales insertas en el mundo del trabajo diario y en sus espacios familiares, laborales, ciudadanos y comunitarios), es central la posibilidad de detenerse.

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Al final del día se reúnen en la oración vespertina para agradecer, meditar y escuchar. En definitiva, para renovar  el sentido del día transcurrido y el venidero, superando así la tentación de que cada día sea expresión de la pura casualidad o del caos reinante, sino que se enmarque dentro de la conducción de Dios.

En este ritmo orante cada día de la semana tiene un rasgo propio, que configurara y plasma este momento de oración; integrador de diversas intenciones y necesidades de la humanidad, de las iglesias y de la propia comunidad.

Participar en este momento de encuentro es un privilegio: se trata de una liturgia con rasgos orientales y bizantinos por la iconografía y los cantos, universal por la palabra de Dios proclamada y meditada, y cercana por la fraternidad en gestos y formas. Es una experiencia contemplativa de encuentro, porque al detenernos y dejar la prisa y el ajetreo, volvemos al centro de todo: nos reencontramos con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con nuestro entorno, ya no defensiva o superficialmente, sino desde el sentido más auténticamente cristiano: la vida como un espacio y oportunidad para amar y ser amados, para aprender a amar en lo concreto de cada día, para encontrarnos con Dios.

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A San Pablo Extramuros no llegan muchos turistas, está más alejado de los centros turísticos e históricos;si vamos a pie lo podemos hacer desde la estación Trastévere y caminando por la Viale Marconi, así tendremos una experiencia del comercio y la vida de los romanos, nada especialmente turístico ni glamoroso, pero sí real.

Es un lugar bendecido por la presencia de este gran apóstol que llevó el mensaje de Jesús a espacios y corazones más allá del mundo judío y cuyo testimonio de vida, tan existencialmente expuesto en sus cartas, nos hace posible comprender el llamado de Dios en medio de nuestra precaria realidad personal. Si bien hay afirmaciones paulinas que no siempre son comprendidas, es el apóstol de la gentilidad, entendida hoy también desde la experiencia de la marginalidad y la diversidad.

La Basílica sufrió un incendio que la destruyó en 1863, reconstruida con aportes provenientes de todas partes del mundo, recuperó algo de su grandeza, pero sobre todo ganó en la belleza de la simplicidad: su nave principal sostenida a ambos lados por una filas de inmensas columnas, los ventanales de alabastro que le dan una sutil luminosidad. Es un espacio al que se accede sin prisas ni aglomeraciones, donde poco a poco entramos en la cadencia de la oración sobrecogida ante la presencia de lo sagrado.

La capilla del sagrario es pequeña, en ella se encuentra un antiguo mosaico con la imagen de la Virgen y una escultura en madera de San Pablo muy simple, rescatada de las llamas y de antigua data.

Aquí sencillamente podemos rezar y gozar las dimensiones, la atmósfera y la estructura de las Basílicas originales y, si bienla reconstrucción supuso muchos añadidos, nada perturba el encuentro.

San Pablo extramuros está en un lugar simbólico: no está en el centro de todo, está en las periferias, como expresión concreta de su ser y misión en y para la iglesia universal. San Pablo nos anima desde esta intimidad a salir y encontrarnos con el mundo pausadamente, como una oportunidad irrenunciable de compartir la experiencia del Resucitado.

La Abadía Benedictina de San Anselmo se encuentra en un lugar privilegiado de Roma: el Monte Aventino, una de las siete colinas de la ciudad. En este monte a orillas del Tiber se desarrolló desde el s. IV ac un barrio residencial que hasta nuestros días mantiene su belleza y armonía, constituyéndose en un verdadero oasis dentro de la gran urbe.

En el podemos visitar la Basílica de Santa Sabina, centro de la orden dominica en Roma, una iglesia que conserva las proporciones y armonía de las iglesias de las primeras comunidades cristianas, en las que sobrecoge la sobriedad  de los espacios y elementos. Quizás se echa de menos una mejor conservación y restauración, seguramente imposible por la escasez de recursos y lo costoso del cometido.

Al lado de este conjunto está el jardín de los naranjos: un pulmón verde de gran belleza con los clásicos pinos romanos, las fuentes de agua y los miradores hacia la ciudad. Es un lugar tranquilo, sencillamente para “huir del mundanal ruido” y sumergirse en la quietud, lejos y cerca a la vez,  del caos citadino.

A pasos se encuentra el célebre “ojo de Roma”: la cerradura del portón de acceso al edificio de la Orden de Malta. Aquí llama la atención la fila de turistas, la gracia está en la vista desde la cerradura: la cúpula de San Pedro. Para algunos es también curioso estar arrimado a la puerta de un estado (Malta), mirando hacia otro (Vaticano) y pisando sobre otro (Italia). Curiosidades romanas.

A estas alturas, entre la belleza del parque, la sobriedad de la Basílica y la curiosidad de la cerradura, hemos tomado distancia de las multitudes y nos embarga una gran paz, que alcanza su plenitud al entrar en la Abadía benedictina de San Anselmo, ubicada al lado del Atheneum (centro de estudios de los benedictinos en Roma). 

La Abadía es imponente sin ser majestuosa y elegante sin ser ostentosa, más bien moderna y de gran recogimiento para rezar y meditar. Un regalo son las oraciones del oficio y, especialmente, las vísperas: cerca de 30 monjes de las más diversas razas, junto a estudiantes de otras comunidades igual de variadas, conforman un coro de unas 50 voces que deleitan los sentidos y elevan el espíritu. Es un regalo escucharlos y rezar con ellos, con la belleza de las cadencias y notas del canto gregoriano, esparcidas por todo el gran espacio litúrgico.

Tres sorpresas de esta gran ciudad que permiten redescubrir su belleza por la posibilidad de detenerse, contemplar y rezar. Mal que mal se trata de la ciudad eterna y algo de eternidad hay que encontrar ahora, y se trata del centro del cristianismo y algo de ese centrarse hay que experimentar ya.

Comentarios
Total comentarios: 1
16/08/2017 - 09:44:20  
P. Juan Pablo, en esta tu breve peregrinación por la ciudad eterna,nos trasladas magistralmente a los tiempos de "¿Quo Vadis?"y a los lugares de retiro que aún quedan en la agitada Roma. Por otra parte la cantidad de monumentos y obras de arte, que debieran elevar el espíritu a un encuentro con el Dios vivo y verdadero, con la paz y alegría que eso significa, se han convertido al parecer en obstáculos para ese objetivo, por la utilización que se hace de ellos...pero la gran cantidad de comunidades cristianas de laicos y consagrados que allí existen, son los pilares de la verdadera Iglesia, más allá de los artísticos muros de sus templos...gracias por acercarnos en espíritu a la ciudad del Vaticano.

Maria Isabel Herreros Herrera
Viña del Mar, Chile
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