El celibato sacerdotal: Un testimonio personal

Al recibir la invitación del Cardenal Rylko a participar en este Foro Internacional y hacer un sencillo aporte con este testimonio personal sobre el celibato sacerdotal, me han formulado dos preguntas: Una es por su sentido, doctrinal y pastoral. La otra, es más de carácter ascético - pedagógico: ¿cómo vivirlo positivamente cada día para que esté orientado hacia la caridad? Introducción En la década en que yo nací, en los años sesenta, el entonces Papa Pablo VI escribió una importante encíclica sobre el celibato sacerdotal2. Lo hizo en el tiempo inmediatamente postconciliar marcado por tantos abandonos del sacerdocio, sobre todo, a causa no poder vivir el celibato...  

Miércoles 30 de junio de 2010 | Padre José Luis Correa Lira

 

X Forum Internacional de Jóvenes - Aprender a amar - Pontificio Consejo para Laicos - Roma, Rocca di Papa - Viernes 26 de febrero de 2010 - Tema del día: Vivir la sexualidad según el diseño de Dios.

Testimonio personal P. José Luis Correa, sobre el Celibato Sacerdotal.

Al recibir la invitación del Cardenal Rylko a participar en este Foro
Internacional y hacer un sencillo aporte con este testimonio personal sobre el celibato sacerdotal, me han formulado dos preguntas:
Una es por su sentido, doctrinal y pastoral. La otra, es más de carácter ascético - pedagógico: ¿cómo vivirlo positivamente cada día para que esté orientado hacia la caridad?

Introducción
En la década en que yo nací, en los años sesenta, el entonces Papa Pablo VI escribió una importante encíclica sobre el celibato sacerdotal2. Lo hizo en el tiempo inmediatamente postconciliar marcado por tantos abandonos del sacerdocio, sobre todo, a causa no poder vivir el celibato.

Muchos años más tarde, ya como sacerdote, cuando tuve el privilegio de predicar por primera vez un retiro de ordenación, me percaté que en muchos seminarios este documento era del todo desconocido y hasta ignorado; no había sido ni estudiado ni meditado. De ahí en adelante, en los siguientes retiros de ordenación, les he entregado a los seminaristas o diáconos transitorios, al menos un resumen del mismo. Así y todo, sin embargo, el puro conocimiento intelectual, si bien es conveniente y hasta necesario, no basta para asegurar la vivencia del celibato.

Por ello no me detendré mucho en la aproximación académica al tema, sino que trataré de aportar sugerencias desde la experiencia en mi vida sacerdotal en el plano ascético, espiritual y pastoral.
A) Sentido
Frente al sentido del celibato quiero decir brevemente que se trata de un carisma, de un don de Dios para la Iglesia, como decía Juan Pablo II, sobre todo en la Exhortación Apostólica sobre la formación de los sacerdotes (1992), en total consonancia con el Concilio Vaticano II3.
Más recientemente, el Papa Benedicto XVI, en su Discurso en la Audiencia a los participantes en el Congreso Teológico organizado por la Congregación para el Clero, el viernes 12 de marzo, hablaba del celibato como ‘auténtica profecía del Reino'.

Algunas claves de para su correcta comprensión y aceptación:
Es una ayuda para que la consagración del corazón se mantenga
indivisa; una entrega sin reservas a Dios. ‘Opción esponsal', dice el Papa actual.

Expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en, con y como el Señor Jesús, que vivió celibatariamente. Es para el mejor ejercicio del ministerio sacerdotal en el pueblo de Dios.

Está íntimamente ligado a la castidad.
El célibe no es un solterón ni un temeroso de la mujer o incapaz de
formar una familia. Yo estaba pololeando, cuando decidí ser sacerdote.
Como todo don, este es e implica una tarea, una responsabilidad por
custodiarlo y cumplirlo; vivirlo en plenitud.

De ahí entonces la segunda pregunta, en la que me concentraré más:
B) ¿Cómo vivirlo positivamente cada día para que esté orientado hacia la caridad?
Pocos días atrás se realizaron dos congresos teológicos en Roma:
El primero se llevó a cabo a principios de mes, en la Pontificia
Universidad de la Santa Croce, titulado "El celibato sacerdotal: teología y vida". Ahí, una de las ponencias más aplaudidas, fue la del profesor español Aquilino Polaino Lorente, el 5 de marzo, denominada "La realización de la persona en el celibato sacerdotal". (Recomiendo leer la entrevista que le se hizo a este catedrático de Psicopatología y que apareció en ZENIT.org el lunes 8 de marzo, deteniéndose especialmente en las respuestas a las preguntas: si la vida célibe puede hacer más fecunda la paternidad espiritual y si es psicológicamente peligroso el celibato sacerdotal).

El otro congreso, fue a mediados de mes, en la Universidad Lateranense. Ahí también se abordó el celibato, desde un perfil psico -
espiritual6. Como ven, sigue y seguirá siendo un asunto de gran actualidad.

Mis reflexiones de cómo vivir el celibato van en esa línea:
1.- En libertad
Este don de sí mismo, mediante el cual la Iglesia, como Esposa de
Cristo, es amada por el sacerdote de modo total y exclusivo, como Jesús la ha amado, debe ser acogido con libre y amorosa decisión. Vale decir no es una imposición, pues a nadie se le obliga a ser sacerdote, sino una opción, de libre adhesión, de los llamados al orden presbiteral en la Iglesia Católica de rito latino.
El celibato, señalaba el Papa Juan Pablo II, es signo de una libertad que es para el servicio7.

2.- Por amor
Ya que el contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí
el don de nosotros mismos como sacerdotes tiene como destinataria a la Iglesia a la cual Cristo amó hasta entregarse por ella, como dice san Pablo8. En palabras del Santo Padre Juan Pablo II, "el sacerdote que recibe la vocación al ministerio, es capaz de hacer de éste una elección de amor, para el cual la Iglesia y las almas constituyen su principal interés y, con esta espiritualidad concreta, se hace capaz de amar a la Iglesia, con toda la entrega de un esposo hacia su esposa. El don de sí no tiene límites".

3.- Con alegría
Sin esa verdadera alegría interior de vivir solo para Dios y las almas, el
celibato puede producir neurosis (pero recuerdo y reafirmo que el celibato no tiene ninguna relación con la pedofilia).
Aplico acá análogamente lo que se dice de los santos. Un santo triste es un triste santo. Por lo tanto: un sacerdote triste es un triste sacerdote. O sea una deformación del sacerdocio. O dicho con las palabras del santo chileno: ‘¡Contento, Señor, contento'!.

4.- La decisión por el celibato debe ser continuamente renovada.
La promesa del celibato, absoluto y perpetuo; total y para siempre,
no es algo que se pronuncia solo el día de la ordenación, ni tampoco se
renueva solo una vez al año en la Misa Crismal, sino que es una opción de vida que requiere ser renovada a diario, más que con palabras y promesas, con hechos y actitudes. Pablo VI lo decía así en la Encíclica ya citada al inicio: "la castidad (podemos decir lo mismo para el celibato) no se adquiere de una vez para siempre, sino que es el resultado de una laboriosa conquista y de una afirmación cotidiana", pues, como el mismo sabiamente advertía, "el
sacerdote no debe creer que la ordenación se lo haga todo fácil y que lo ponga a seguro contra toda tentación o peligro".

5.- En profunda y personal unión a Dios.
Cuanto más íntimamente unido a Dios, tanto mejor podré observar
(cumplir) el celibato.
El acento está puesto en la interioridad, en la soledad compartida con
Dios en la oración, la contemplación, la adoración y la meditación de la vida. Sin cultivar esos momentos de intimidad con Dios, es muy difícil la vida célibe. De lo contrario se busca compensaciones, poco o nada sanas. Lo que el mundo espera de nosotros los sacerdotes no es que seamos predicadores de Dios, sino portadores de Dios, hombres llenos de Dios, transparentes de Dios. En definitiva otros cristos. Por eso los tiempos para y con Dios son para llenarse de Él, de su amor de Padre rico en misericordia, que ‘es bueno y es bueno todo lo que Él hace o permite que pase'.

Como estamos en el Foro Internacional de los Jóvenes, recuerdo y
recurro a un gran apóstol de la juventud, mi compatriota, el jesuita San
Alberto Hurtado. Él les decía, a mediados del siglo pasado, y les diría también hoy:
"en nuestra época corrompida, hay sin embargo una multitud de jóvenes de ambos sexos que crecen puros porque comulgan con frecuencia (...). El Cristo de la Eucaristía virginiza las almas y si han perdido la pureza, se las retorna tan inmaculada como en los santos."11
En este ‘Año Sacerdotal', conviene recordar lo que se decía del santo
Cura de Ars: que la castidad brillaba en su mirada y los feligreses notaban que él miraba al tabernáculo con ojos de un enamorado.


6.- Consagrado a María Virgen, Madre y Educadora.
‘Bajo su amparo' nos acogemos. En su escuela entramos.
Rezo por ello aquí la oración12 compuesta por el fundador del
movimiento de Schoenstatt, P. Kentenich, de quien se celebra este año el centenario de su ordenación sacerdotal y que me ha servido mucho:

Dios te salve María:
por tu pureza
conserva puros mi cuerpo y mi alma;
ábreme ampliamente tu corazón
y el corazón de tu Hijo;
dame almas,
confíame a las personas
y todo lo demás tómalo para ti. Amén.

Traigo a la memoria al beato mártir Carlos María Leisner13, presentado
por Juan Pablo II como modelo para la juventud, especialmente la juventud europea. A él le costó mucho la decisión por el celibato sacerdotal. Entró al seminario, y después de un tiempo salió del mismo porque se sentía atraído por una joven, hasta que, finalmente, retomó el camino al sacerdocio. Este sacerdote diocesano alemán, ‘sacerdote de una sola Misa', fue ordenado clandestinamente en el Campo de Concentración de Dachau, casi al final de la 2ª Guerra.

En el reverso de las estampitas recordatorias, él escribió el lema de
ordenación y primera Misa: ‘Servus Mariae nunquam peribit', (un hijo de
María nunca perecerá)14.

Para su ordenación recibió el siguiente poema, escrito por el fundador
del movimiento al que él pertenecía:
"El Señor te eligió sacerdote,
En ti quiere ir Él por el mundo bendiciendo.

A través tuyo quiere Él ofrecer, orar, amar, sufrir,
y apacentar aquí en la tierra a sus pequeñas ovejas.
La Madre que lo acompañó a lo largo de toda su vida,
te la dio Él para que esté junto a ti.
Permanece fiel a Ella en todas las circunstancias de tu vida
Ella te ayudará a cargar alegremente los pesados fardos.
Ella guiará tus sendas, y las de los hijos de tu pastoreo
hacia las riberas de la eternidad."15

Como lo recordó Mons. Felippo Santoro, arzobispo de Petrópolis,
Brasil, en su conferencia en el Congreso teológico de mediados de marzo, "la dimensión mariana en la vida del sacerdote es un elemento constitutivo de su ser y actuar, y no solo un componente afectivo y devocional".

7.- En el ejercicio de una auténtica ‘paternidad sacerdotal'16.
Los célibes no dejamos de amar. "Ninguno de nosotros renuncia a dar
fruto... En santo matrimonium spirituale con Cristo, la virginidad se dedica a engendrar y educar hijos espirituales con gran espíritu de sacrificio", decía el fundador de mi comunidad sacerdotal17.

Ya que se trata de un testimonio personal, aquí va otra experiencia real:
Después de una Misa dominical, una familia me llevó en su auto a mi
casa. En el trayecto un niño pequeño, en su más tierna ingenuidad, me
preguntó si yo tenía hijos, a lo que respondí que no, pues soy sacerdote. El niño, rápidamente, me dijo: ‘no importa, porque tu todos los domingos ves muchos niños en la Misa'.

La paternidad sacerdotal es espiritual, pero no por ello menos real que la física. También como sacerdote se acoge y suscita vida y uno asume
responsabilidades por esa vida gestada; hay que acompañarla, nutrirla y educarla. Por algo la gente suele llamar al sacerdote: ‘padre'.

Es lo más esencial al sacerdocio, que compromete toda nuestra vida. Y
los laicos, que nos ayudan a hacernos padres, nos piden que seamos para ellos justamente sacerdotes paternales18. No paternalistas.

8.- Con madurez afectiva que sabe incluir, dentro de las relaciones
humanas, la amistad y la fraternidad.
De ahí se siguen los consejos del Papa Juan Pablo19:
Puesto que el carisma del celibato deja intactas las inclinaciones de la
afectividad y los impulsos del instinto, se requiere cultivar la prudencia, la renuncia a todo lo que exponga peligrosamente al celibato, la vigilancia sobre el cuerpo y el espíritu, la estima y respeto en las relaciones humanas, sobre todo con las mujeres.

En el Documento Conclusivo de Aparecida, de la V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, se nos recuerda que "el celibato pide asumir con madurez la propia afectividad y sexualidad, viviéndolas con serenidad y alegría en un camino comunitario"20.

9.- Buen equilibrio de la tensión entre cercanía y distancia:
Hay que saber estar muy cerca de los laicos, de sus ocupaciones y
preocupaciones, pero como sacerdote, aplicando las palabras de San Pablo:
‘todo me es lícito, pero no todo conviene'21, sobre todo en los lugares que se frecuenta, los horarios de atención en la pastoral de la mujer, el tiempo que se dedica a ellas, el trato que se le da, que tiene que ser paternal y no de partner, sabiendo que la mujer suscita espontáneamente compasión en el varón y que el sacerdote (incluso el seminarista) es normalmente atractivo para ellas.

Un domingo en la noche, estando yo de visita en la casa parroquial de
un sacerdote amigo, poco antes de la media noche tocan a la puerta dos mujeres casadas que nos llevaban algo para comer. Entraron a la casa, y se quedaron ahí por más de una hora. Al día siguiente conversé con el párroco para hacerle ver lo imprudente que fue haberlas hecho pasar, sentarse y quedarse a conversar. Que se entienda bien: no se trata de ver pecado donde no lo hay, pero tampoco hay que pecar de ingenuo...

10.- Acompañado por un buen guía espiritual
La experiencia y la serenidad de los años hacen que algunos sacerdotes mayores puedan ayudar a los más jóvenes y a los de mediana edad a enfrentar y superar las crisis cuando estas vienen (también en la vida sacerdotal se da la ‘comezón del séptimo año', la ‘middle live crises' - de la ‘edad media', entre '40 y 50 años, y otras, así como nos puede afectar el ‘burnout' en cualquier momento).

Nos impactó a un grupo grande de sacerdotes, el testimonio de un
sacerdote muy querido y conocido por nosotros, cuando nos compartió que él también había experimentado momentos de debilidad en esta materia y que lo ayudó a solucionarlo los consejos y el acompañamiento de alguien mayor y más sabio. Pretender solucionar los problemas sólo es iluso y peligroso.

Pero la única condición para que la ayuda que a uno le ofrecen o uno
busque surta efecto, es ser franco, sincero, abierto y dócil.

11 Inserto en una comunidad sacerdotal
Las buenas amistades sacerdotales son también un muy buen seguro en esta materia. Pertenecer a una comunidad sacerdotal, tener un grupo de referencia con quien contar, a quien recurrir, con los que se puede, no solo rezar juntos, sino también descansar, pasear, etc., es algo muy importante.

Esta experiencia de verdadera solidaridad de destinos, de mutua
pertenencia, nos hace sabernos y sentirnos unos responsables por los otros, y animarnos así, a practicar incluso entre nosotros la ‘correctio fraterna', particularmente ejerciendo la "caridad con los hermanos en peligro, (...) turbados por dificultades, que exponen a serio peligro el don recibido"22.

Recuerdo la delicada situación en que se encontraba un gran amigo
sacerdote, justamente involucrado afectivamente con una mujer. Fue en ese momento cuando otro del grupo se animó a conversar sinceramente con él para ayudarlo a desahogarse, abrirse y aceptar las ayudas que le propusimos. Hoy desempeña un fecundo ministerio sacerdotal en la pastoral matrimonial. La comunidad sacerdotal educa.

12 En seguimiento radical a Jesús, que implica renuncias fuertes.
Ahora que estamos aun en el tiempo litúrgico de la cuaresma, con más
razón es bueno recordar la importancia de la mortificación en la vida del
sacerdote. Como decía un santo sacerdote, todo esfuerzo por alcanzar la santidad requiere sacrificios. Amor sin sacrificio, amor sin morir no es amor auténtico23. Como sacerdote, al celebrar la Eucaristía diariamente me coloco sobre la patena, para morir en y con el Señor, para ser co-ofrecido. Anunciar la muerte de Jesús incluye unirse y asemejarse al Crucificado.

En este punto, sin embargo, quisiera recordar que la mortificación sin
amor destruye, a la vez que todo amor sin mortificación es puerilidad.
Es esencial al celibato su carácter testimonial, de martirio, en el sentido
antiguo de la palabra.

Queridos jóvenes, ¡ni la juventud ni el sacerdocio están hechos para la
mediocridad, sino para la radicalidad24!, por eso: ¡fuera con toda mediocridad en la entrega! En esa entrega total se basa la grandeza del celibato. Quien no aspira a esa entrega radical no puede vivir el celibato ni el sacerdocio25. Esa es nuestra respuesta a la predilección de Cristo dentro de la cual se aprende a amar todo y a todos los demás.


Ánimo y muchas gracias.

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